Hay dos puntos que me gustaría abordar para que lo piensen:
Por un lado hay algo que noté mucho en las consultas acompañando a padres y madres que tiene que ver cuando a un niño, una joven, un adolescente hay algo que se le da fácil.
Por ejemplo, el chico es bueno en matemática entonces trae un 10 y otro 10, compite en las olimpiadas de matemática del colegio, los padres dicen “En matemática le va bárbaro y le gusta, el problema es lengua, hay que sentarse con él, hay que pedirle que se dedique…”
Desvalorizamos absolutamente eso que se les da fácil y nos cuesta reconocer que le va bien porque tiene un talento para eso y que merece ser aplaudido. No es que lo que me sale fácil no tiene valor.
¿Quién nos enseñó que si me sale fácil y me sale bien entonces no es importante porque lo importante es el esfuerzo?
Venimos de una cultura del esfuerzo, del sufrimiento – “con el sudor de tu frente”- que es terrible. Parece que la vida tiene que ser difícil porque si no, no sirve.
Cuando en realidad si cada uno encuentra su talento imagínense como todo sería mucho mejor.
Imagínense si el que nació con el talento de “x cosa” se dedica a estudiar y es un grande en su materia. Cada uno explotando desde los talentos propios, imagínense lo que estaría devolviendo a la sociedad.
Pero nosotros como padres y madres estamos siempre mirando lo que les falta, lo que está mal y no valorando lo que traen, lo que tienen, que es un montón.
Tenemos que empezar a mirar los talentos que traen porque si no ellos también dejan de mirar esas cosas de ellos mismos.
Así nos criaron, por supuesto. Pero nosotros hoy en el siglo XXI, tenemos sí o sí que hacer algo diferente. Tenemos el compromiso de hacer diferente.
Yo creo que la revolución de nuestro momento es que cada uno sea el que vino a ser, que sea auténtico.
Ésta es la revolución del siglo XXI.